«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» CUARTA ENTREGA DEL CAPÍTULO 4

Sólo quiero comentar algo más sobre el “estirao”; pretendió a mi hermana Chari, que por aquel entonces era un bellezón moreno. Claro que se casó, no con mi hermana, sino con la novia que había dejado en su pueblo, más fea que “Picio” pero con muchos olivares. Lo último que hice como barman fue mi trabajo en el Gran Casino. Éste estaba situado en lo mejor de lo mejor, lo separaba del Ayuntamiento sólo la comisaría municipal. El edificio, aparte de ser inmenso, lo más bello que tenía era su alta terraza cubierta. Desde allí los señoritos tenían unas vistas privilegiadas, aparte de ver a nuestro Rodríguez Marín, que está en el mismo centro de la plaza. La plaza era cuadrada y ocupaba todo el espacio el propio Casino, el Ayuntamiento, la Iglesia de las Clarisas, el banco central y por supuesto, las dos puertas más importantes del mercado de Abastos. Bueno, también estaba la “Teja” y dos quioscos de tabaco y chuches de los cuales ya he hablado en otro capítulo.

El casino en sí tenía una logística muy apropiada para la época, pues tenía dos zonas diferenciadas: por la primera y más cercana a la calle podía entrar todo el mundo que lo deseara, la verdad es que esta primera tenía un éxito tremendo con su barra larga que se veía desde la calle a través de una gran ventana. Las tapas del Casino no tenían competencia. Por citar una: la tortilla de espárragos trigueros de los trigales, hecha muy finita, todavía hoy, a mis setenta años, recuerdo aquel sabor.

La segunda estancia estaba reservada a los socios y también tenía su propio bar. Éste, por supuesto, más lujoso, y como continuación de la terraza citada estaban los patios con unas claraboyas preciosas. Terrazas y patios estaban amueblados con mesas y sillones de mimbre. Alguna “ventaja” tenían que tener los señoritos. Pero quiero hacer una observación: era más rentable para los hermanos Ramírez, la primera estancia que la segunda. Y con esto me despido de mi trayectoria de barman en mi ciudad, con quince años cumplidos. Después a Madrid, con la pena de no haber hecho el Bachiller en mi instituto.

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