«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» SEGUNDA ENTREGA DEL CAPITULO 1

         En aquel patio, en el centro, además de flores y plantas, había una espléndida palmera plantada en una cuba o barril. Fue allí, donde sentado en mi manta bajo aquel precioso sol de primavera donde se fraguaron mis más antiguos recuerdos antes de dar mis primeros pasos. El primero de todos fue equívoco, porque confundí a mi tío Manolo -hermano de mi madre- con el tío abuelo al que llamaban Rafael, y que en realidad era tío de mi madre. Según me comentaron después se marchó a Argentina y, la verdad es que no tuvo mucha suerte pues regresó al pueblo siendo mayor y soltero y no queriendo ser una carga para la familia él mismo se gestionó el ingreso en el asilo y allí estuvo hasta que murió. Venía a casa a ver a la familia y debió verme alguna vez sentadito en el patio sobre la famosa manta. Al dejar de venir a visitarnos mi madre me llevó a verle al asilo y como yo era tan pequeño en mis recuerdos los confundí con mi tío Manolo.

         Después los recuerdos fueron haciéndose más concretos, doy un salto hasta los cuatro o cinco años, coincidiendo con la recuperación por parte de mi abuela, mamá Rosario, de la licencia de la panadería o tahona, como se dice en Madrid. Anteriormente le habían retirado la licencia temporalmente porque en aquellos primeros años de la década de los cuarenta, no descubro nada el decir que había mucha necesidad de todo tipo, y sobre todo había mucha hambruna.

         Entonces venían a ver a mi abuela algunas personas que habían estado en el campo después de la siega del trigo, pues era una zona con abundante plantación de este cereal. Con no más de dos o tres kilos de trigo que conseguían rebuscando después de la siega. Estas tareas de “rebusca” estaban prohibidas y aún así se arriesgaban a hacerlo. Llegaban y rogaban a mi abuela que les cambiara esas escasas cantidades de trigo por pan y ella no se podía negar al ver sus caras. Sabía que detrás de cada uno de ellos había una familia que pasaba auténtica hambre.

         Pero mi abuela también sabía lo que se jugaba en ese intercambio ya que, como he dicho, estaba totalmente prohibido. Aún así se arriesgo a hacerlo. Quiero aclarar que con aquellas pequeñas cantidades no podía amasarse y hacer pan ya que había primero que molerlo para conseguir la harina. En esto le ayudó su cuñado, hombre de confianza, del más importante fabricante de aquel producto que había en el pueblo -también había otras de cierta importancia-. Miguel, así se llamaba su cuñado (el tío Miguel le llamaba toda la familia-, le insistió en que aquel intercambio podía costarles muy caro, como así fue, ya que finalmente le retiraron la licencia durante un año por orden de Abasto que eran los encargados de vigilar aquellas competencias, por duras que parezcan ahora ya que no olvidemos que todo esto sucedió en la década de los cuarenta.

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