«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» SEXTA ENTREGA DEL CAPÍTULO 2

La monja encargada del culto se llamaba Sor Lourdes y era muy estricta en su labor -tengo que decir que me cogió verdadero cariño-. Antes de comentar la reivindicación mencionada, describiré a mi manera como era todo aquel complejo.

El hospital era antiguo pero muy grande -ya que prestaba servicio a toda una comarca de pueblos- y contaba con buenos especialistas y algunos cirujanos y sus correspondientes quirófanos. Las salas para los enfermos eran muy grandes, como las que se ven en las películas o documentales de la posguerra “incivil”. Tenían también un laboratorio con sus ratones blancos, que a mí me hacían mucha gracia.

La monja que estaba a cargo del mismo -que imagino sería química- se llamaba Sor Ángeles y era bellísima, y tan dulce conmigo que me dejaba entrar en su laboratorio y me enseñaba los animalitos, tan blanquitos ellos. Después conocí la cocina que estaba a cargo de Sor Mº Reyes. Esta monja era más mayor y estaba un poquito encorvada hacia delante, pero no tenía mal genio y allí, en su cocina llegué a desayunar menos de un mes ya que el desayuno que ponía Sor Mº Reyes era un mendrugo de pan duro que calentaba en el horno y un café con leche servido en un tazón desportillado con las correspondientes pastillitas… Y el café era vomitivo. Entonces ¿Qué hice?: cuando terminaba la misa y dejaba todo recogido en la Sacristía salía por aquel patio de soportales en cuyo centro había no sé cuantos naranjos que de verdad eran una auténtica maravilla y que daba a la puerta principal que coincidía con el arranque de la torre, una auténtica joya de la arquitectura de estilo barroco.

Eso de no ir a desayunar a la cocina duró unos pocos días ya que Sor Mª Reyes lo comentó en la comunidad sobre todo a Sor Lourdes y en cuanto ésta tuvo conocimiento, al día siguiente, cuando había terminado el servicio y me disponía a coger unos de los pórticos para salir a la ya descrito puerta, me llamó: “¡Nicolás! ¡Nicolás! ¿Ven aquí!” y yo, por supuesto, me volví de inmediato y llegué hasta ella. Una vez allí me preguntó que por qué no iba a desayunar y le conteste tirándome lo que se llaman los jugadores de mus: un “farol”. Le dije que lo que me ponía Sor Mª Reyes lo podía comer en mi propia casa. Entonces me cogió por el hombro y me subió al cuarto de la ropería; allí esperé quince o veinte minutos. De repente entró Sor Lourdes con una bandeja con un pañito en la que llevaba una jarrita de café, otra de leche, un azucarero y ese día, tostadas con mantequilla y mermelada y los domingos y fiestas un huevo frito y algún choricito… O sea que del desayuno de monaguillo me pasaron a servir el desayuno que servían a la comunidad, tomándolo en la ropería. Como para desayunar hay que esperar alrededor de media hora me dedicaba a ver el gran huerto que tenían las monjas. Había higueras, naranjos y muchos granados aparte de gran variedad de hortalizas. Una de las higueras era enorme y daba unos frutos que no he llegado a ver más en mi vida: me subía en ella y tomaba todos los que me apetecían. Antes de terminar mi etapa de monaguillo deseo contar algo que me hacía realmente disfrutar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

oktoberfest-biergarten