«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» SEGUNDA ENTREGA DEL CAPÍTULO 32

Ahora paso a contar como fue mi reencuentro con D. Arturo Buenaventura en la calle Álvarez de Castro, está muy cerca del principio de Bravo Murillo, que era donde tenía mi oficina entonces, dado a esta proximidad solía pasar por la primera en la cual D. Arturo tenía un edificio de siete plantas, concretamente en el nº 3. Este edificio que describiré en su momento estaba a la venta con un hermoso cartel que así lo indicaba con el correspondiente teléfono de contacto, al cual llamé con la gratísima sorpresa que a través de la línea telefónica reconocí su voz, él, un tanto sorprendido cuando le dije con tono de admiración D. ARTURO y me dijo pero Nico. Lo primero que me dijo fue que quería verme, para ello me dio la dirección en la calle Fortuni.

Cuando fui al día siguiente habrían pasado unos treinta y cinco años que no nos veíamos fue un momento muy emotivo parecía que todos esos años no habían existido, tuve la sensación de la estima que D. Arturo me demostraba en la Florida era la misma que también me mostraba treinta y cinco años después.
Lo primero que hizo D. Arturo fue darme las llaves del edificio: tómalas y haz lo que creas conveniente y ya hablaremos de precio. Efectivamente hablamos de precio, pero fue porque en su momento tendría que negociar una hipoteca como era lógico, él lo comprendió y fijo un precio que resulto ser un tercio de la valoración que hizo la empresa de tasación. En honor a la verdad al final de los setenta y principio de los ochenta el mercado inmobiliario estaba un poco por debajo del suelo pero aun así el precio que me hizo D. Arturo estaba dos tercios por debajo del de mercado. En consecuencia se hizo la compra-venta con la correspondiente hipoteca todo ello sin ninguna prisa pues habían pasado más de seis meses desde que tomara posesión del edificio con la anuencia de D. Arturo.

¿Cómo era el edificio en cuestión? Tenía siete plantas en altura, la planta baja o local comercial, el sótano que era un rectángulo perfecto y además poseía un solárium que era una maravilla.

Una vez realizada toda la operación que ha sido descrita, me plantee que hacer con aquel instrumento. La primera idea fue volverlo a vender, pero de alguna manera me “enamoré” de aquel edificio por sus características y también por su ubicación. Sin pensar en nada concreto me puse en contacto con algunas empresas de reformas y decoración y una de ellas me propuso, el hacer de aquella edificación un club de MUS, y que si ellos participaban correrían con la reforma y la decoración. Teniendo en cuenta que, la planta primera y el sótano serían restaurantes y el resto de plantas serían salas de juego, menos una de ellas que sería cafetería para los socios.

Hice un planteamiento financiero que estuvo a punto de dar resultado, de hecho los dio. ¿En qué consistía el plan? En la captación de mil personas para formar parte del CLUB INTERNACIONAL DE MUS, estas personas para pertenecer a dicho club tenían que adquirir un titulo que importaba setenta y cinco mil pesetas y se le daba veinticuatro meses para pagarlo de tal modo que se convertía en una cuota mensual. Como verán el planteamiento estaba desequilibrado en el tiempo ya que la inversión de la reforma más las instalaciones había que hacerlas en menos de seis meses, de ahí que el acuerdo al que tuve que llegar con la empresa de reformas que resultó ser un fiasco.

Cuando tienes que tomar decisiones a cara y cruz rara vez te sale cara.

Al final no tuve más remedio que vender el edificio antes de que me viera en una situación poco agradable, la cual pude evitar.

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