Entonces entraba en escena mi tío Rafael que era el encargado de hornear. Llegaba sobre las cuatro y a veces a las cinco de la madrugada -debemos recordar que esto sucedía en verano-. Lo primero que hacía cuando llegaba -quiero aclarar que la panadería y la casa era una misma unidad- era cenar aquello que su madre o hermanas le habían preparado y al mismo tiempo que comía escuchaba la radio sintonizando a esas horas la BBC de Londres, que emitía en castellano. En aquellos momentos las dos Coreas estaban en plena guerra con la disputa del paralelo 38. Como consecuencia llegó a tener una gran información de ese conflicto. Después de comer algo y ponerse al día con las noticias de la emisora inglesa se ponía el mono de trabajo y empezaba su tarea.
Eso sí, se encontraba el horno casi a punto pues ya había ardido todo el combustible que le había puesto con anterioridad y que era necesario para que alcanzase la temperatura adecuada para que el pan se hiciera debidamente, o sea que sólo tenía que limpiar y preparar el horno para introducir los panes. Su tarea era también vigilar cuando estaban ya cocidos y con la misma pala que los había metido, sacarlos ya hechos depositándolos en un tablero largo y ancho que estaba cerca al que llegaba con la misma pala.
Una vez clasificados los llevaban al despacho para su venta. Éste estaba en la misma casa. Había también otro despacho situado en otro barrio bastante lejano atendido por la tía Rafaela. Para el transporte utilizaban un carro muy especial con forma de arca, todo de madera y abierto por la parte superior con una puerta que encajaba herméticamente. De esta forma el pan no se enfriaba del todo durante su transporte. Todo el carro era de madera salvo las ruedas que eran metálicas. Curro se encargaba de su condición hasta el despacho del otro barrio y le decía a alguno de sus hermanos que le esperasen en un determinado punto del trayecto y les daba unos cuantos panes. Esto se descubrió porque a la tía Rafaela ningún día le cuadraban las cuentas.
El tal curro siguió trabajando con mis tíos pero antes reconoció sus “faltas”.
Creo que ya he explicado bastante el tema de la panadería aunque sería agradable contar algunas otras anécdotas y vivencias de esos momentos que viví con cuatro o cinco añitos -valga aquí el diminutivo-.