«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» CUARTA ENTREGA DEL CAPITULO 1

En aquella artesa se vertía una saca de harina, el agua correspondiente y la levadura. Ésta era de dos tipos: una la que se compraba específicamente, llamémosla “artificial” y la otra era la que podemos llamar “natural”, pues se compone de unos kilos de masa que se guardaba del día anterior. Todos estos ingredientes se mezclaban manualmente y cuando consideraban que estaba en condiciones óptimas se ponía en marcha el sistema mecánico-animal. Mientras duraba la elaboración el tío Manolo iba detrás de          la rueda juntando lo más posible la masa que quedaba aplastada por la presión de la enorme rueda, para que cuando volviera a pasar por encima, hiciera ese mismo efecto. Como esta labor duraba más de una hora, mi tío se entretenía cantando al burro canciones de Emilio “El Moro”.

         Una vez concluidos todos los procesos de elaboración de la masa, continuaba el trabajo mi tío Juan, parte fundamental del proceso. Él era el que manipulaba la masa en bloque y el que manejaba, en el obrador, un rulo largo que una vez conseguido, cortaba a trozos o de distintas formas según el pan que quería conseguir. En el mismo lugar tenía un peso donde pesaba los trozos cortados y quitaba o añadía según el tipo de pan que fuera a realizar. Tenía tanta práctica que los cortaba casi todos con el peso justo y sino añadía si le faltaba o cortaba un pellizco si le sobraba.

         Una vez conseguía todos los trozos con su peso correspondiente, procedía a manipular y darle la forma adecuada según el tipo. Podía ser desde un hogaza -el más grande- hasta un mollete -el más pequeño.- Además este último se hacía con otro tipo de masa.

         Como vemos había varios tipos y formas de pan. El último proceso lo conseguían dando unos cortes con una hoja de afeitar de tal manera que cuando se horneaba se habrían por esas aberturas quedando todos con la forma adecuada a su definición.

         Una vez hechas todas esas tareas que han quedado ya resumidas. Los panes se dejaban en reposo durante tres o cuatro horas antes de hornearlos. Esto se hacía alrededor de las seis de la mañana, ya de día en verano, que yo recuerdo que viví como una maravillosa aventura.

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