«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» TERCERA ENTREGA DEL CAPÍTULO 4

Después estuve en el famoso “Piojo Verde”, pero cuando yo comencé a trabajar allí ya no era el dueño el íntimo amigo de mi padre, Rafaelito Pérez, pues lo había traspasado a un individuo del que no puedo recordar su nombre pero de lo que sí me acuerdo es que era de lo más estirado.

Parecía un catedrático, no ya de instituto de mi ciudad, sino de la universidad de Sevilla, que está más cerca que la de Lovaina. Este “estirao” vino con su familia y adquirieron un bar que se llamaba la “reforma” y que estaba frente por frente al “Piojo” que no sé porque era verde. Se quedó con él comprándoselo o traspasándoselo al íntimo amigo de mi padre. La verdad es que Rafaelito Pérez era algo mayor y con las pesetas que recibió por la operación puso en el mismo bajo de su casa, en plena Carrera y al lado de la confitería “El Buen Gusto” y que además de confitería una vez que se rebasaba ésta estaba el cine Capado, de verano, por supuesto. Ya que tenía el tal Capado otro cine de invierno en el que se daba alguna que otra representación teatral, sobre todo compañías flamencas: de Juanito Valderrama o la Niña de la Puebla, con sus campanilleros.

Bueno pues Rafaelito puso un estanco en el lugar ya indicado y a decir verdad, fue durante la etapa del estando, uno de los hombres más felices del mundo…

Sigo con mi trabajo en el bar del “estirao”, pues no sé si le cambió el nombre. Resulta que éramos dos, uno por la mañana y otro por la tarde hasta cerrar. Cuando digo por la mañana, era a las siete de ésta.

Y un recuerdo del que no quiero acordarme: llegué como todos los días y, como todos los días, había que calentar la caldera o depósito del agua de las máquinas cafeteras para poder preparar el café. El procedimiento era ponerle abajo un infiernillo de gasolina o gasoil. Pero éste, antes de encenderlo había que prepararlo llenándolo del combustible adecuado. ¿Qué paso ese día? Que me despisté y se inflamó aquel artilugio. No sé quien me inspiró pero sí creo firmemente que, con catorce años, tuvo que ser un ser divino. Pues gracias a que entonces se usaban mucho los sifones y no sé los que usé pero finalmente conseguí sofocar totalmente el infiernillo. Volví a repetir la operación y todo fue normal, como todas las mañanas o se que inventé con inspiración divina el extintor.

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