Desde la misma cocina y frente a los fogones había una salida que daba primero a un patio, con un rosal y un jazmín plantados. Del jazmín hablaré un poco más adelante.
Desde aquel patinillo arrancaban dos escaleras, una a la izquierda y otra a la derecha. La de la izquierda iba a dar a una cámara deshabitada, razón ésta por la que nos servía también de sitio de juegos. Y a la derecha iba primero a los escusados y un poco más arriba conducía a los lavaderos, desde donde partía otra pequeña escalera que iba a los corrales. Había dos, aunque unidos entre sí. Al primero se entraba al subir unos pocos peldaños desde el lavadero; era rectangular y al final de éste y a la izquierda estaba el pozo de agua no potable pero que nos servía para lavar y el resto de tareas de limpieza, que eran muchas en aquella casa. Dicho pozo era compartido con otras dos casas que estaba en una calle paralela a la nuestra. O sea que, en su día, las tres casas eran sólo una. Desde aquel lugar se entraba ya en el corral. Éste era cuadrado y lindaba con otras tres casas, una de ellas compartía pozo y las otras dos, no. De éstas, en una tenían cabras y vendían la lecha que producían estos animales.
La tercera era la casa de don Alfredo, catedrático del instituto. Luego fue la sede de la emisora de radio local -por cierto que de niño y adolescente ayudé en las tareas de instalación y realización de dicha emisora y después hice de cobrador de los cupones que pagaban los que estaban abonados a la misma.
Esta tercera casa tenía una fachada que daba a la misma que la nuestra y entre ambas había otra. Desde el último corral podía divisarse la gran Colegiata. Por allí jugué mucho con otros niños, vecinos y amigos.