
De esta manera Ratiplín podría decir su último adiós
en el Circo y desde lo alto del Trapecio. Ese día quería
que el Circo estuviera lleno de Niños, pero lleno, -hasta
rebosar- como el día más alegre de su vida y también el
más triste. Ese día digamos, es lo que da motivo a esta
historia pero aún siendo el más importante para
Ratiplín, no sólo vamos a contar la historia de ese día,
sino que intentaremos contar un poquitín parte de
todas las cosas que ocurrieron en la vida de Ratiplín.
Como hemos dicho amiguitos, Ratiplín había nacido
en el Circo y es allí donde empiezan sus aventuras, o lo
que es mejor, -tiernas aventuras-.
Cuando nació, como era tan pequeño, a los niños del
Circo les hacía mucha gracia y siempre estaban cerca
del carromato donde vivía con el fin de poderlo ver. Y,
como era tan diminuto los niños empezaron a llamarle
Ratiplin, y fue de ésa manera como Ratiplin fue
«bautizado».
A medida que iba haciéndose mayor, o lo que es
mejor, iba cumpliendo años, a él le gustaba el nombre
que le habían dado, pues él comprendió que su nombre
le sentaba pero muy requetebién, pero además como
sentía tanto amor hacia los niños y puesto que habían
sido ellos los que le habían bautizado, razón de más
para que estuviese contento con su nombre.
Ratiplín, empezó a crecer de poquito en poquito con
los niños del circo, con ellos jugaba y ellos a su vez lo
protegían por ser el más pequeñín del grupo, En los
viajes de ciudad en ciudad y pueblo en pueblo, todos los
niños querían que Ratiplín fuera en su carromato, pues
en el de Ratiplín no cabían todos, pero Ratiplín se lo
pasaba siempre «pipa» ya que durante el camino, en
cualquier carromato de alguno de los niños le daban
golosinas y el papá de turno le contaba siempre la
historia del lugar a donde se dirigían, pues como todos
ya sabemos amiguitos, todos los pueblos y ciudades
siempre tienen su historia para poder contar.
Como los papás de los niños del circo habían
recorrido muchas veces todas las ciudades y pueblos a
donde se dirigían, qué duda cabe que conocían todas las
historias de todos los lugares. Estas historias le
encantaban a Ratiplín, pues, mientras las contaban, se
quedaba embobado y con la boquita abierta.
Ratiplín, fue viajando y viajando de lugar en lugar y
conociendo todos los lugares y como además había
aprendido muchas cosas de esas historias que contaban
los papás de los niños del Circo, -fue de esta forma
como llegó a conocer a las personas-, pero, cuando
había adquirido un conocimiento profundo de las
mismas, entonces Ratiplín se quedó con los niños, no es
que Ratiplín tuviera manía a las personas mayores, pero
pensó que por su estatura se podría desenvolver mejor
en el mundo de los niños, a lo mejor puede que
existiesen otras razones, pero a mí Ratiplín, jamás me
las confesó, y por tanto no voy a hacer ningún
comentario gratuito al respecto de ésta. su historia
No penséis amiguitos que tampoco yo voy a contar
toda la historia de Ratiplín. puesto que fue larga y
pródiga de vivencias.
Como comprenderéis. la vida que llevó Ratiplín fue de
constantes aventuras en sí, pequeñas aventuras. El
decía que en el mundo del Circo a él solo le gustaba
protagonizar las pequeñas aventuras.
Bueno amiguitos, creo que debiera contar por lo
menos alguna de esas aventuras, antes de entrar en lo
que ya os he dicho sobre el gran día, o sea el día más
alegre y el más triste, por ejemplo, recuerdo que había
en el Circo un poney blanco, con muchas manchas
negras. Una de las manchas la tenía en la frente y era
muy redondita. Como era blanco y tenía tantas manchas
negras parecía un Dálmata, la cola era larga, larga; casi
le arrastraba por el suelo y el poney tenía un poquito