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Esta es la carta que un día Ratiplín me hizo escribir.
Resulta que había un político que según Ratiplín era muy bueno, es decir, que era un gran político, y como para Ratiplín los conceptos parecían que estaban muy claros, es por lo que me decía que era un buen político: pero Ratiplín en su aspiración por lo justo, deseaba que en vez de un buen político justo, o lo que es lo mismo, un hombre justo, honrado, humilde y enérgico, que dedicase su vida a la política y todo ello sin renunciar en absoluto de la habilidad, pues esta es precisamente una de las mejores cualidades que cualquier hombre necesita para ser un político, pero y como siempre existe ese pero, sin renunciar a esas otras cualidades que antes he citado.
Ratiplín quiso que yo le hiciera llegar esta carta, ya que se sentía un tanto preocupado, pues decía que no contaba con mucho tiempo, y que según él era un momento histórico, es decir, un momento que puede tener mucha importancia en la historia futura y aunque no seamos nosotros los que tengamos que padecer los errores que hoy comentamos, aunque tal y como se desarrolla hoy esa historia, también nos pescan, y aunque no sea más que por esta última razón cosas que Ratiplín ponía en duda, ya era suficiente motivo como para rectificar si era preciso o cómo no dar el brazo a torcer si también fuera preciso.
Él se atrevió a considerar que en este caso, o mejor dicho, en este momento como se había dicho, era necesario el adoptar algunas de esas posturas, aunque no fuese, insistía Ratiplín, nada más no era la razón fundamental que movía a este personaje a que yo describiese y enviase esta carta a ese gran político.
Resulta que Ratiplín pensaba y me insistía bastante en esto: que este gran político tenía unas cualidades excepcionales, es decir, era la habilidad personificada, pero además intuía Ratiplín que era un gran hombre, pero claro esto último no era nada más que una intuición ya que él no le conocía personalmente. De lo que sí estaba seguro Ratiplín era de su deseo, es decir, deseaba que este hábil político fuese uno de los mejores hombres de nuestros días: “¿Por qué?, le preguntaba yo, y él me respondió, “porque es posible y por qué no decirlo, lo más probable que un día de él dependan los destinos de mi patria”; lo cual no le desagradaba en absoluto a Ratiplín, ya que él pensaba que quién mejor, para desarrollar esa labor que un hombre que había demostrado su inteligencia política y que se encontraba muy por encima del resto de sus contemporáneos en ese quehacer.
Hasta aquí Ratiplín estaba satisfecho porque él entendía que si todo esto ocurría, al menos estaríamos en manos o mejor dicho, en mente de una persona con capacidad e inteligencia. Lo que si le preocupaba un poco era si esta persona tenía el conocimiento de la responsabilidad que pesa ya sobre sus hombros y si también estaba en posesión del grado de imaginación que su destino le va a demandar. Estas eran las interrogantes de Ratiplín, ya que me insistía, no le conocía personalmente.
Ratiplín me dijo que quizás él como cualquier otro ciudadano de a piececillo, en este caso, pues podría decirle, mejor dicho, se atrevería a decirle lo que tenía que hacer y hasta como tendría que hacerlo, pero no, él ni se atrevía ni lo deseaba, sino todo lo contrario, Él decía que ya que el destino parecía que había sido generoso en cuanto a las responsabilidades que se habían posado sobre este gran político, él pensaba que si algo podría hacerse, ese algo estaría siempre destinado a hacerle más llevadera esa gran carga y, cómo no, a contribuir en su deseo, y su deseo no era otro de que la historia futura diga de este gran político que ante todo fue una gran hombre.
Sin otro particular y con mi máximo respeto, en nombre de Ratiplín, que me dijo, que por favor no dejase de pedirle disculpas si algo estaba fuera del tono apropiado y también por llamar su atención con esta carta que en consecuencia puede ser una pérdida de tiempo, de su valioso tiempo.
Reciba el más cordial saludo de Ratiplín, como ha quedado dicho y como no, en el mío propio.
Fdo.: Nicolás Cardeñosa Molina
Esta carta está dirigida a Don Manuel Fraga Iribarne en 1984.
Voy a tratar de hacer algo que con justicia de una parte y con respeto y admiración de otra y que además ya es momento de que alguien haga, o mejor dicho, diga en este caso, y ese alguien puede ser perfectamente Ratiplín. Pues fue precisamente Ratiplín quien de casi todas las personas que llegaron a conocer al protagonista de este escrito, aunque él me dijo que lo de protagonista no era lo más adecuado y que por favor me refiriera siempre a la persona central y que da origine a este sentir de Ratiplín.
En principio voy a tratar de explicar lo que motivó este sentimiento en Ratiplín, acerca de este gran hombre, para él, que como hemos dicho en otras ocasiones, tenía bastante desarrollarlo el sentido de lo justo, entendía que la máxima virtud que puede poseer un hombre, el hombre, todos los hombres; es la honradez, pues él decía que cuando alguien es honrado, no puede tener más que sentimientos nobles, y esto fue precisamente lo que con justicia quiso hacer, destaca Ratiplín, la honradez que había en esta persona y que se convirtió en admiración personal para Ratiplín.
Resulta que había un hombre que poseía esa gran virtud o cualidad humana y por muy paradójico que parezca, este hombre estaba en la política.
Aclaro lo de paradójico y continuo, el concepto que Ratiplín tenía de la política era como el de la mayoría de la gente y por desgracia, en dicho concepto y de una manera un tanto generalizada, la honradez brillaba por su ausencia, de ahí el que le resultase paradójico que un hombre tan honrado estuviese en esa actividad. Pero además Ratiplín pensó que quizás dado ese sentir, más o menos generalizado no le venía nada mal ese rayo de luz que entraba en el campo de la política y que podría iluminar la conciencia de otros hombres honrados que deseasen entrar en ella y también podría servir para alumbrar el camino de la propia honradez a los hombres que hoy están en ese quehacer.
Esa gran cualidad humana que poseía ese gran hombre tuvo que ser admitida por todos, hasta por sus más intransigentes adversarios políticos, pues Ratiplín me decía que esto era precisamente lo que le llevó a reflexionar y llegar a esa admiración, pues si en política se dice que vale todo, incluidas las descalificaciones personales, con todo lo que esto lleva implícito. Afortunadamente no fue así en este caso y la degradación humana no llegó a tanto, o no pudo con tanto.
Esta paradoja como decía e intentaba aclarar Ratiplín, con ser verdaderamente contradictoria para poderlo ser, no es la que más le extrañaba, pues aún le quedaba más, esta otra y que a continuación le explicaré tal y como a mí me la explicó, pero esta vez no como aclaración sino como un simple relato de unos hechos que estaban acaeciendo.
Estos hechos se dan precisamente cuando esta persona que da motivos a Ratiplín a intentar resaltar desde su óptica personal la cualidad que más admira en el hombre, está en la política pero plenamente. Entonces Ratiplín por más que intentaba salir de su asombro con aquellos hechos, aunque los admitía porque eran reales, no podía también por menos que rebelarse un poco contra ellos.
Él, como he dicho, admitía ciertas cosas, y si además esas cosas provenían de la política, razón de más, como por ejemplo que los adversarios le quitasen las razón y nunca mejor empleado el término quitar, y que además tuviese la habilidad de emplear esta razón como arma arrojadiza contra los argumentos de la propia razón, o sea que como una vez admitido le vale todo, pues colaba hasta la sinrazón.
Ratiplín hasta aquí no es que estuviera de acuerdo, pero en cierta forma se resignaba porque comprendía que a parte de la frasecita, el adversario estaba obligado a hacer uso de su habilidad, pues si esta o existe o no se emplea, no hay tal adversario y por desgracia no era este último el caso, sino todo lo contrario, ya que había mucho de lo uno y ganar de interés de lo otro.
Ahora, después de que Ratiplín había sentado algunas bases, o al menos algunas premisas, por supuesto desde su óptica personal sin que haya que aclararlo de nuevo, pues él decía que había en política algo más preciado aún que la habilidad, que ya es decir, y este algo era y es según Ratiplín el sentido práctico, pero, aquí, aparece como casi siempre ese dichoso pero, se refería a que por desgracia, este es el menos desarrollado de los sentidos, y fue por esta razón por lo que Ratiplín quiso explicar o al menos relatar las ventajas que tal sentido tiene y que según él, las tiene para todo el mundo sin ninguna excepción.
Él me decía, y con razón, que lo que iba a tratar de exponerle era muy difícil, ya que se trataba de cosas prácticas y para esta exposición se tenía que valer de puntos de vista personales, que a su vez eran interpretados por un servidor de usted y que a su ver también tenía que transcribir en estos papeles, y como él era conocedor de que para la mayoría de la gente, lo que se transcribe o va relatado en papeles, tiene más sentido teórico que práctico, de ahí la dificultad de Ratiplín aunque él tenía a esperanza de que la persona que da motivo y origen a este escrito le llegaría a entender, y en esa esperanza se quedó pues entendió que ni valía la pena tan siquiera, poner un ejemplo de sentido práctico, ya que él decía que lo que había que hacer, sobre todas las personas que rigen nuestros destinos, era que profundizaran en esa dirección y que a su vez nos hicieran profundizar a todos nosotros.
También me decía que a veces algunas personas, que poseían este sentido les costaba un poco el poderlo aplicar, aún a sabiendas de que se estaban perjudicando, y sin quererlo perjudicando a los demás, aunque Ratiplín decía que todo se podía salvar con la nobleza que da la honradez.
Con la más ferviente admiración se despide de Ud. En nombre de Ratiplín y en el mío propio.