Cuando se va al doble o al triple de la velocidad permitida los frenos ya no sirven. Esto es lo que nos está pasando con esta pandemia que nos ha obligado a frenar en seco causando la desaparición de miles de vidas y confinamiento general.
Si nos sirve de lección, algo positivo habremos logrado.
Esto más que una piedra es una gran roca; esperemos que su tamaño sirva para que nadie tropiece por segunda vez con ella aunque por las trazas de nuestros dirigentes habrá que tener serias dudas.
Bueno como se suele decir -no hay mal que por bien no venga- sobre todo a los promotores de la eutanasia que a este paso se van a librar de publicarla en el Boletín Oficial del Estado.
Los que estamos entre los setenta y cinco y los ochenta y cinco años somos millones, sobre todo si se adhieren por debajo y por arriba. Todas estas generaciones han vivido y evolucionado de distintas maneras y a distintas velocidades. Digamos que si la dividimos en tres fases, la primera fue con algún coletazo de la antigüedad, en la segunda se percibía ya lo que se nos venía encima, y en la tercera la cual estamos viviendo se nos hace como un caballo desbocado y aquí están las consecuencias. Con ésto no dejo de reconocer que he sido participe y beneficiado de todo el desarrollo del que hemos disfrutado. Pero el galope del caballo ha sido estridente para personas que nos hemos criado viendo como los burros -animal noble donde los haya- transportaban en los serones todo el material necesario para hacer una casa.
Ahora hay que volver a empezar aunque todo ese desarrollo bien nos vendrá para poder tomar la velocidad de crucero para no caer de nuevo en el trompazo que nos hemos dado.
No quiero decir que tengan que volver a tratar las nuevas generaciones a sus padre de usted, como hicimos nosotros pero sí que los escuchen porque a lo mejor si no se hubiese perdido el respeto del todo a los mayores, la velocidad hubiese sido otra y a lo mejor también otro gallo nos hubiese cantado.
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