«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» TERCERA ENTREGA DEL CAPÍTULO 5

Con este matrimonio estuve todo el tiempo que duró mi trabajo en la cervecería Weimar. Los dos me acogieron con mucho cariño, ya que eran mayores y no tenían hijos. Él a mí me regañaba como si lo fuera, pero la Sra. Elena era una santa, pues aguantar al Sr. Meré no era cosa fácil. Otra cosita más sobre estas personas, resulta que la casa tenía cuatro plantas y ellos vivían en la cuarta precisamente. La finca era un rectángulo y tenía un patio que servía de distribuidor para acceder a las viviendas mediante un pasillo o corredor donde daban las puertas de entrada a cada piso. Cuento otra cosa y ya entramos en la cervecería y me centro en qué consistía mi trabajo. Esa cosa es que tenía una caldera pequeña de calefacción y en invierno la alimentación con carbón mineral, y yo estuve a punto de intoxicarme. Cosas de la vida.
La cervecería pertenecía al inherente grupo Nebraska y por un cuarto donde nos cambiábamos de calle a la de camarero, por ese lugar se comunicaban ambos negocios. Además por la cocina nuestra tenían un ventanuco pequeño con una puerta metálica que da justo al centro de la barra de la cafetería.
Por ese ventanuco pedíamos algún café a algún cliente llamado de los especiales. Y todas las mañanas cuando ya habíamos terminado de preparar el bar montado el mostrador y todas las tareas que requiere un establecimiento de esa naturaleza. Antes de cambiarnos de ropa desayunábamos una barrita de pan con aceite y le pedíamos a las cajeras de turno unos vasos de leche que nos costaba 3,5 pesetas, pero nos lo servían en vasos dobles de cerveza, cuando terminábamos de desayunar, nos poníamos nuestros uniformes y hasta que empezaban a entrar los clientes nos jugábamos los vasos de leche a los “chinos”, o sea que desde que nos lo daba la cajera por su ventanuco, nosotros nos los tomábamos con la barrita de aceite y tranquilamente nos cambiábamos y después la partida a los chinos a ver quién era el paganini. Podía pasar una hora más o menos. A todo esto había ingresado en la cafetería un segundo encargado llamado Camacho y a mi ese día me había tocado la china y el chino, o sea que era el paganini. Pero yo tenía una tarea muy específica como era picar hielo para echarlo en el serpentín por donde hacia el circuito la cerveza y esta cuando llegaba a la caña estaba fría que es como gusta la cerveza en Madrid. El hielo lo picaba en la cueva de la cafetería, no es que fuera un capricho hacerlo lo último, sino que así se requería para enfriar mejor la rubia (cerveza). Yo picaba el hielo en Capacho de goma resistente, con un mazo grande de madera, pues como he dicho tenía que estar muy picado para que recubriera todo el serpentín y se fuese enfriando el mismo.

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