Otro trabajo que hacía para el tal D. Rafael (éste en verano) era el de envasar papelinas – no de cocaína- sino litines para hacer refrescos en la canícula y como eso era barato, como se dice ahora, se vendían por un “tubo”. Y ahí estaba yo todas las tardes haciendo las famosas papelinas -totalmente inofensivas-. Eso sí, escuchando Radio Osuna y sobre todo a Dª Concha Piquer.
Después, como ya era mayorcito, ayudaba a mi padre en sus representaciones. La primera labor que me encomendó fue vender sacos de lentejas. Como era natural recorrí sino todas las tiendas, sí la mayoría. El primer pedido que me hicieron fue de dos sacos de cien kilos -así eran todos-. No puedo describir la alegría que sentí con aquella primera venta. Después fui ayudando a más cosas.
Deseo también mencionar la barbería aunque allí los niños no entraban solos, lo hacían con sus padres cuando se cortaban el pelo con el clásico rapado y un poco de flequillo en la frente. A mí, que era mayorcito, me dejaban entrar y estar, Claro que también hacía recados como por ejemplo, ir a por tabaco y, algunas veces, a comprar morcilla y pan. El vino era más facil porque la bodega estaba lindando con la barbería.
En la barbería aparte de afeitar y cortar el pelo se hacían otras actividades. Por ejemplo, era un lugar de reunión y ¡qué reuniones! Empecemos por el “conejo”, aunque no recuerdo su nombre de pila. Dicho de forma actual era el titular de la peluquería; después estaba su ayudante del que si recuerdo su nombre, Manuel. Y, por cierto, durante todo su aprendizaje, que duró varios años, también aprendió a tocar la bandurria. Al final era muy agradable oírlo pero al principio era una pesadilla.
Después estaban los habituales. Éstos estaban más tiempo en la accesoria, donde en principio se afeitaba y se cortaba el pelo, sobre todo cuando los hombres que trabajaban en el campo venían a la ciudad, después de, por ejemplo, las largas temporadas recolectando el cereal. Esta tarea tenía que estar terminada para San Juan y a lo sumo en San Pedro o sea que las vísperas de estos Santos, igual que el grano tenía que estar en los graneros, tenían que estar las caras rasuradas y el pelo cortado de los que había segado aquellas campiñas. En esos días no había sitio para los de siempre y el espacio total albergaba los dos sillones del maestro y el ya oficial Manuel y unas cinco o seis sillas y en un retranque un sofá de madera en el que, apretándose un poco, podían sentarse tres personas.
Pero bien podía dar cabida a los Pachones, a los Chorritos y a los Maravel que en total sumaban unos diez o doce más o menos. Uno de los Chorritos llegó a actuar en compañías profesionales en Sevilla y otras provincias de Andalucía como cantante de copla española. Otro de los Pachones cantaba muy bien flamenco pero no pasó de aficionado y uno de los Maravel cantaba algo, pero lo que mejor hacía era de Caricato. Llegaron a hacer una compañía de aficionados y actuaron en el pueblo en uno de los dos teatros que había. La verdad es que no llegaron a repetir la experiencia.
Aparte de todo esto que cuento allí se jugaba a las cartas, se contaban chistes y también se cantaba, todo ello aderezado con el vino de la bodega de al lado y la morcilla y el pan que compraba en casa de la Rafi con el dinero que ellos juntaban y me daban. Fue un tiempo maravilloso dentro de las muchas penurias que se vivían.