Entonces ante estos irreversibles, ¿qué podíamos hacer?, por supuesto que tomar decisiones. Mi madre, mi padre y mi hermana Leli se volvieron al pueblo y Carmela, Reyes y Pili se quedaron en Madrid conmigo. Ellas se colocaron en distintas casas para trabajar y ganar dinero y se esa forma fuimos ahorrando los cuatro, y antes de un año pudimos alquilar nuestro primer piso en Madrid, en la calle Bravo Murillo, numero 15 y pudimos reunirnos toda la familia. Dicen que donde Dios cierra una puertas, abre una ventana.
Todas estas peripecias le cogieron a mi hermano el mayor en África Española por entonces. Es decir, que cuando lo licenciaron él no tuvo que irse a San Fermín, sino que vino a su casa en Bravo Murillo 15, y para complacer a mi madre, ya que era su ojito derecho por desgracia tan bien empleada la frase, pues fui yo el que le mandé un billete de avión y así ahorrarse el barco que era casi un mes lo que tardaría en llegar de esa forma.
Antes de que viniera mi familia, estuve de encargado en un bar que se llamaba Monterrey, en el Paseo de Extremadura, 107. Los dueños eran tres hermanos de Cenicientos y tenían una tienda de ultramarinos en la calle La Palma. Estos señores decidieron entrar en la hostelería y montaron ese bar. Como eran amigo de un tal Mariano y además paisanos del mismo pueblo, el tal Mariano era cocinero en el Parque Moroso -lo que es hoy Los Remos-, le pidieron que les buscase una persona para que ellos aprendieran el oficio y sobre todo el manejo del mismo.