«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» SEPTIMA ENTREGA DEL CAPÍTULO 2

Coincidía con la novena de la Virgen que empezaba ocho días antes del veinticuatro de septiembre para que culminara ese día. A mí me vestían de capuchino con los hábitos correspondientes y desde la tarde hasta que empezaba la ceremonia religiosa me lucía para “envidia” de mis amigos y otros niños de mi edad. Después del acto había un refrigerio que consistía en un poquito de vino dulce y unos dulces a los que llamábamos “viudos” que hacían las monjas.

Otro motivo de satisfacción era en Semana Santa, pues de la iglesia de la Merced salían, el Jueves Santo por la tarde un Jesús caído y una Virgen Dolorosa. Ambas procesiones eran fantásticas y además tenían mucha devoción en el pueblo. Como se comprende servían también para lucir mis galas.

Así fui pasando los años hasta tener doce. En este tiempo tuve la ocasión de mi vida. Había una persona apellidada Cueva que había cursado magisterio pero no ejercía como tal pero puso una academia particular para preparar chicos y chicas para el ingreso y primer curso en nuestro instituto de segunda enseñanza. Yo empecé a ir a la academia y estuve unos tres meses, los primeros del curso académico o sea que me faltaron seis para completar los nueve de esa preparación. El tal Cueva tenía fama de preparar magníficamente a los chicos pues casi todos lograban sus objetivos. ¿Por qué sólo asistí a tres meses de preparación? Pues porque mis padres no podían continuar pagando las dos pesetas diarias que costaban las clases de ese magnífico profesor. Sesenta pesetas mensuales eran muchas pesetas para mi familia.

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