Mi primer negocio consistía en “fabricar” cojines para las personas pudientes que iban a los toros. Unos meses antes de las ferias y las fiestas iba haciendo acopio de periódicos de aquí y de allá. Con estos periódicos hacía un sobre grande empleando tiras del mismo papel y almidón que compraba en la droguería de Rafaelito y lo diluía en agua templada y se lo untaba a las tiras y con ellas formaba el sobre dejando una abertura que cerraba cuando ya estaba lleno de paja. De esta manera se formaba un cómodo cojín que por lo menos duraba toda la corrida de la tarde. La segunda parte era venderlos, tenía mucha competencia pero como iba tanta gente a los toros -pues venían de todos los pueblos de alrededor- había negocio para todos. Los cobrábamos a cincuenta céntimos la unidad. Total que me sacaba mis buenas perrillas que servía para pasar las fiestas de P.M. y para comprar turrón del “duro” a mi madre.
Otra cosa que hice fue de aprendiz o chico de los recados en una tienda-almacén al por mayor de coloniales. El dueño se llamaba Rafael Crespo Gálvez, el encargado se llamaba Pedrosa y el operario Campanal, pues jugaba algo al fútbol -yo creo que se pasaron con el apodo-.
D. Rafael, que así se hacía llamar, no era de mi misma ciudad; dio un buen braguetazo casándose con una hija del dueño de “Los Caminos”. “Los Caminos” era las mejores tiendas de paño y confección de todo el pueblo o sea que eran ricos, ricos, pero de dinero.
El encargado Pedrosa era un joven de treinta a treinta y cinco años, muy guapito él y presumía de ello -razón tenía-. El joven Campanal pues no era ni una cosa ni otra pero se defendía con las chicas de su edad. Yo estuve poco tiempo con ellos, pero voy a relatar una anécdota antes de concluir estas vivencias.
Resulta que el autollamado D. Rafael, se quedó con un bar alquilado en Estepa que está a diecinueve kilómetros del mío, para explotarlo durante las fiestas. La verdad es que aquello no salió bien. Yo iba y venía todos los días en la moto, por la mañana iba solo con él pero por la noches, cuando regresábamos volvíamos tres, D. Rafael, su señora heredera y un servidor, menos mal que el trayecto era corto y el trafico, en aquellos tiempos, escaso… Había que echar una solicitud para cruzarte con algún vehículo.