«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» PRIMERA ENTREGA DEL CAPÍTULO 8

EL PARADOR DE VELÁZQUEZ,
CASIMIRO VICENTE MARTÍN

En el Latigazo hice mucha amistad con la familia Tabares, que fue quien me recomendó al Sr. Rato, dueño del parador de Velázquez y otra cafetería en la calle Guzmán el Bueno, semiesquina con Cea Bermúdez.
Estos señores me tomaron gran aprecio y fueron como digo, los que propiciaron que yo trabajara para el Sr. Rato en la calle Velázquez.

Mi trabajo consistía en hacer de maitre y “dirigir” a tres camareras. Como aquello era un salón de The y Bar Americano, nosotros, tanto ellas como yo, nos ocupábamos de los salones. Estos eran de la siguiente forma, era un local en rectángulo perfecto, desde la calle hasta el final, primero estaba la barra a la derecha y cuando terminaba ésta, empezaba el salón principal y dentro de este hermoso salón también a la derecha había otro salón más pequeño, pero una auténtica joya. Aunque a decir verdad casi nunca se utilizaba por el público. A nosotros nos servía para merendar o desayunar. Allí estuve hasta que me fui voluntario al Ejército del aire -pero eso será otro capítulo-. Mi trabajo fue muy agradable en el año y pico que duró este -yo diría que demasiado agradable-, conocí a muchísimas personas de la más alta sociedad y eso es siempre interesante. Voy a citar sólo un caso y fue que a la hora del primer café de la tarde se reunía una tertulia en que se hallaban entre otros D. Pedro Escartín, y como este caso podría citar muchos más.

Ahora hablo de los dueños y del personal. El dueño era sólo el Sr. Rato, aunque tenía un hermano allí, pero sólo trabajaba de barman. El Sr. Rato era una persona muy educada y correcta en cuanto a las relaciones laborales se refería. En cambio su hermano era un ser acomplejado y con muy poco humor. Después estaba Juanita, la cajera, que era una mujer bellísima y tenía entonces veintinueve años, o sea nueve más que yo.
Durante el aperitivo de medio día se reunían grupos de personas casi siempre hombres, y buena parte de ellos se le “salían los ojos” mirando a Juanita, pero ella me eligió a mí y pasamos un bello romance que duró todo el tiempo en que estuve trabajando junto a ella. Después estaban mis camareras, una de ellas Carmen, ya un poquito madurita, me acosaba constantemente -en el salón pequeño no podíamos estar juntos-.
Una vez me hizo una encerrona con otra de las camareras -pues la tercera tenía su novio y estaba más tranquila-, aprovechando que ese día libraba, Juanita a la hora de cerrar el establecimiento las dos me dijeron que nos fuésemos a tomar unas copas juntos y así lo hicimos. Después de tomar algo sólido, regado con un buen vinillo uno ve las cosas de otra manera y Carmen propuso que la “espuela” la tomáramos en su casa. Cogimos un taxi y allí nos plantamos. Las dos me doblaban la edad y la verdad es que yo me deje querer, sino aquello hubiese sido una violación en toda regla.
Mi amigo Casimiro Zapata me pidió que inaugurara una cafetería en Fernando el Católico, llamada Juky, entonces por la amistad que nos unía tuve que hacer un paréntesis en el Parador de Velázquez el cual comprendió el Sr. Rato, pero sólo duró no más de un mes.

Para terminar esta historia, quiero decir lo siguiente. Mi sastre el Sr. Fernández me hizo un smoking a medida para ingresar como Maitre en el Parador y con el paso del tiempo mi hermana Pepa usó la chaqueta de dicho sastre durante los tiempos de la movida madrileña, y según me contó recientemente al final fue a parar a un músico de la banda de El Gran Sabina.

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