«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» PRIMERA ENTREGA DEL CAPÍTULO 6

EL LATIGAZO LA FLORIDA

Después de enseñar a los tenderos, retorno el contacto con Mariano. El ya no es cocinero en el Parque Moroso, sino que es Gerente en el Latigazo y me requiere de nuevo para trabajar con él. El Latigazo en ese momento ya pertenece a Parque Moroso.

Pues es este restaurante el que tiene con La Florida la exclusiva de dar comidas y cenas. O sea, que un vasco que tenía el Latigazo tiene que emigrar de la Florida para estos menesteres.

En consecuencia seleccionan a Mariano para la Gerencia del nuevo Latigazo, él por qué es Mariano y no otro, ya que había tres primero que él, y es porque es cocinero y además un buen profesional y un hombre de confianza, tanto de jefe de cocina del Parque Moroso como del propietario principal, como de toda su familia, es decir que no necesitaba carta de presentación, y yo añado que era un grandísimo muchacho, a estas alturas de nada servía mi criterio, pero ahí está.

Uno de los primeros días que trabajé en el Latigazo, yo vivía en Bravo Murillo 15, cogía el metro en Quevedo para una estación hasta San Bernardo, allí cogía la línea 4 hasta Argüelles y andaba un poco hasta el bar La Floridita que era donde el amigo Pedro nos recogía y nos llevaba hasta un cruce, primero a los del Latigazo y seguía hasta el Parque Moroso que estaba a pie de la carretera de la Coruña y que era realmente su destino. Sigo con mis primeros días y resulta que ese fatídico día yo iba con el tiempo justito y en la estación de San Bernardo me hice un esguince bajando una escalera a toda pastilla, pero seguí y llegué a tiempo a la famosa Floridita, llegué al cruce y también al Latigazo. Había un buen trayecto que recorrer. A mí me seguía doliendo mucho, pero cuando se tienen dieciocho años, todo es distinto, eso no quitaba para tener que hacer la rutina diaria, porque aquel verano éramos los dos solos y ya a media mañana venía el portugués Juanjo.

Pero vino mi ángel de la guarda, D. Poli con toda su trupe, siempre traía dos taxis por lo menos y cuando me vio que yo cojeaba me hizo sentar, me descalcé el pie y automáticamente se inflamó y ya no podía ponerme el zapato. Lo primero que hizo D. Poli fue ordenar a uno de los taxistas que me llevara a casa.

Don Poli era una persona especial. Verán, en principio le faltaba un brazo desde casi el mismo hombro y no he visto en los días de mi vida y como saben tengo setenta años, un hombre con la capacidad de resistencia que tenía Don Poli. Él llegaba al Latigazo por la mañana siempre antes de las 12 horas.

Siempre venía con taxis, dos o tres a veces, pero venía de estar toda la noche de juerga con algún colmeo y entre estos hacia su reclutamiento, algún cantaor, guitarrista, algunas “titis” y los propios taxistas, ah! Y un mudo. Allí estaban hasta las siete o las ocho, o sea que allí almorzaban lo de siempre, paella para todos con sus sangrías correspondientes y rellenando las horas con sus whiskys y otras bebidas. Después de comer la famosa paella en la misma mesa donde habían comido se ponía la mano que le quedaba en su mejilla, se apoyaba el codo en la tapa y dormía una media hora, y cuando se despertaba le daba Mariano un canastillo con una brocha de afeitar, la maquinilla y él se afeitaba, y después en el grifo del fregadero se lavaba la cara y ya estaba “niquelado”. Salía, pasaba revista y a seguir un par de horas más.

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