Después de tantas peripecias, un día como todos, mi padre llegó a casa a la hora de costumbre (como acostumbrara si no tenía ningún negocio extraordinario).
Su hora solía ser alrededor de la una, y también como de costumbre me mandó a por un cuartillo de vino a la bodega.
Este cuartillo no lo perdonaba nunca aunque ya viniera un poco empapado. Una vez hecho el recado y él ya acomodado en su silla tomando el sol en el corredor de arriba me llamó y me dijo: “Bueno, hijo, ya es hora de que empieces a trabajar” y sacó de su bolsillo una carpeta negra que era donde llevaba sus papeles y los catálogos mas útiles. Extrajo un papel en blanco y me puso una serie de sumas, restas multiplicaciones y divisiones.
Las hice bien y me dijo: “Ya no tienes que ir más a la escuela”. Mi primer trabajo fue en casa de un pariente suyo al que apodaban el “mellado”.
Este señor era mayor y además tenía dificultades de visión. Estaba casado pero no tenía hijos, pero sí una sobrina que era la que realmente regentaba el bar. Se llamaba Carmen y para mí que era “marimacho”, lo que no quitaba que no tuviera un buen revolcón” -pues era agraciada, lo cortés no quita lo valiente-. Recuerdo que por las noches se encerraba en el retrete y se fumaba sus buenos “Bisontes”. Mi labor consistía en atender la barra y servir las copas que solicitaban los parroquianos y ella estaba en la cocina elaborando las tapas típicas de Andalucía. La cocina y el bar se comunicaban a través de un ventanuco que servía para ponerme en dicho lugar aquellas tapas que elegían los clientes de acuerdo al menú del día. Todo marchaba más o menos bien entre Carmen y yo, pero un día me dijo que tenía que barrer la acera de la calle donde estaba el establecimiento.
Por cierto, estaba en una esquina que daba a dos calles, la del Carmen por un lado y la de Carretería por otro y justo la vertical era la misma plaza Salitre. En esta plaza había cuatro bares más. El ruda, El Granaíno y de los otros dos no me acuerdo, pero afirmo que eran cuatro. Cuando le dije que yo no barría la calle no le di tiempo a que me echara pues me marché yo primero, y por supuesto que me subí al tejado de marras hasta que a mi padre se le pasara el cabreo. Así terminó mi primera experiencia como barman.