Nací en una ciudad ducal. De ello hace ya setenta años, que son los que pretendo relatar en estas páginas.
La ciudad a la que me refiero es un bello pueblo poseedor de grandes monumentos. Entre ellos su colegiata que a su vez alberga en el subsuelo la capilla privada y debajo de ésta, en un nivel inferior, el panteón o sepulcro de la familia ducal. De esta familia no voy a hacer mención, solo reseñar que fue nuestro rey Felipe II quien nombró el primer duque de esta dinastía.
De este hermoso pueblo, al que voy a referirme durante buena parte de mi relato, resaltaré alguna que otra pincelada de su encanto, su historia y su “grandiosidad”.
La Colegiata ya mencionada es grandiosa, sobre todo su perímetro y su entorno, pues está situada en la parte más alta, por lo tanto, podía divisarse desde cualquier lugar donde te situaras, principalmente desde la plaza del ayuntamiento donde la vista era especialmente fantástica ya que la falda de la colina estaba precedida por un enorme higueral de higos chumbos.
No puedo describir su interior porque durante mi niñez la Colegiata estuvo cerrada al culto por no encontrarse en buenas condiciones. Alguna vez entré y conservo vagos recuerdos especialmente de los cuadros que adornaban la sacristía, obra del Españoleto o sea, Rivera.
En la misma meseta donde se erguía la Colegiata, estaba entonces el Instituto de Segunda Enseñanza que en su día fue universidad, creada por el ya mencionado primer duque.
Bueno, no sigo con más nobles muestras de arquitectura del lugar y si estáis interesados en ella os recomiendo la novela de Mari-Pau Domínguez: “El diamante de la reina”.
Vine al mundo en el año 1942, precedido por mis cinco hermanos, o sea que fui el sexto hijo de los diez que tuvieron mis padres -Ya que con posterioridad nacieron otros cuatro-. Vi la luz por primera vez en un lugar del que intentaré hacer una descripción lo más tierna posible, ya que fue donde pasé toda mi infancia. En ese hogar convivíamos tres generaciones más otras dos familias que estaban de alquiler. Más adelante hablaré más de mi familia y un poquito de los vecinos. Sólo adelantar que en ese lugar, en mi hogar, recibí el amor y el calor que conformaron los primeros años de mi vida.
Mis primeros recuerdos son los de aquel patio lleno de macetas y de flores en primavera. Fue en dicha estación, cuando el sol ya empezaba a calentar, cuando me sentaban en el suelo, eso sí, encima de una manta de mi tío materno, Paco, la cual había conservado de la contienda civil española en la que le tocó participar. Cuando terminó esa barbarie y lo licenciaron trajo consigo aquella imperdurable manta.