Los médicos y los maestros profesores deberían estar en la máxima categoría social, tanto en lo económico, como en prestigio.
Los primeros cuidan de algo tan vital como es nuestra salud y los segundos cuidan también de algo tan importante como es la educación. Que en sus tres fases son: plantar, crecer y recoger. Si las tres fases se hacen con la debida profesionalidad y con el mayor esmero la sabiduría puede ser el fruto a recoger. Y esta sabiduría no se queda en el individuo en sí mismo, sino que se esparce en la sociedad en forma de riqueza como todo saber.
Entonces si un médico con mayúsculas nos cuida la vida para que vivamos sin enfermedades y vivamos el doble casi de lo que vivíamos hace no más de un siglo. ¿Qué le debemos a las personas -aquí incluyo a todo el maravilloso personal sanitario- que hacen eso posible?
Le debemos primero nuestro agradecimiento, además nuestra compensación por algo tan justo como es la dedicación -en algunos casos sin límite- y la preocupación de estar dedicados a una labor como es la salud de las personas.
Que puedo decir de los maestros -palabra que usaban los apóstoles para dirigirse a Jesús-. En los pueblos pequeños de España donde solo un maestro y una maestra y ambos daban todas las materias necesarias, usando aquellas clásicas enciclopedias, con ellas y algún reforzamiento, el alumno que prometía podía hacer su bachiller usando el instituto más próximo a su lugar de residencia en el cual vertía sus conocimientos en correspondientes exámenes. De esta forma han salido grandes profesionales e intelectuales, una vez formados en las correspondientes universidades.
Sólo hacer una pregunta a la sociedad. ¿Hay motivos para distinguir a ambos cuerpos tanto a los médicos como a los maestros, así como a todo el mundo de la enseñanza y en particular al de la sanidad ya que están pasando por unas circunstancias de auténtica entrega por la pandemia del coronavirus?