LA BALLENA ROSA Y EL DELFÍN AZUL (1ª entrega)

Esta es otra historia, por cierto muy bonita, que me contó Ratiplín. Él me dijo que era una especie de cuento que él contaba a tantos y muchos niños, eso sí amiguitos todos, por lo menos era lo que él deseaba y, por qué no decirlo, los niños una vez que conocían a Ratiplín llegaban a tener ese mismo deseo.

Bueno, este relato lo titulaba Ratiplín de la siguiente forma, o con el siguiente nombre: La ballena rosa y el delfín azul.

En realidad en lugar de relato o cuento era una leyenda que a él le contaron en una ocasión, y que después en forma de cuento y con el título que ya conocen, él a su vez relató así:

Resulta que Ratiplín llegó a una ciudad, pues él le dio esa categoría a ese lugar, y como siempre yo seré fiel a todo lo que me diga. Esa ciudadita era muchas cosas y todas ellas lindas para lo pequeña que era pero como él describía todo intentando hacer resaltar todo los encantos de aquel lugar convertido en ciudad para él, y que en y a lo largo de su relato, de una manera cariñosa, la trataba de ciudadita. Este lugar era en realidad apéndice o acento de una gran ciudad, y se podía llegar hasta él a través de un largo puente, por debajo del cual fluía una estrecha manga de mar, y cuando se estaba a más de medio recorrido, en la proximidad de la ciudadita, ya se notaba que el mar era más azul.

El puente era casi natural, ya que las mismas rocas, todas alineadas, servían de soporte a los maderos gruesos, para poder transitar, y que a su vez estos maderos podían ensamblar las tablas que servían de barandilla. Estas tablas se colocaban todas, como he dicho, ensambladas a los maderos gruesos y se alineaban en grupos de seis, y la que hacía siete sobresalía lo suficiente como para poder hacer un arco.

Antes de seguir describiendo el puente, diré la importancia que éste tenía para los habitantes de aquella ciudadita, pues ellos decían que era su cordón umbilical y así, cuando se cansaban de estar fuera, volvían otra vez dentro.

Una vez vista la importancia de ese recorrido de aquel inimaginable puente, cuyas maderas empleadas eran de roble de olivo, y a parte de las características de estas maderas, idóneas para el empleo que ellos les dieron en la terminación de su puente, si bien es cierto que estos dos tipos de árboles se daban muy bien en los campos que rodeaban aquella ciudadita, no puede hacerse abstracción de la maravilla que allí se produjo con la realización de aquella obra llamada y utilizada como puente. Aquello era perfecto a los ojos humanos. La unión de las dos maderas con aquellas rocas que parecían estar allí con un solo propósito, el de servir de soporte a esa maderas, y hacerse a su vez parte de toda aquella magnifica conjunción, que no sé si me dijo que parecía a veces también a humanos ojos una armoniosa obra de la Naturaleza, lo que los habitantes de aquel tranquilo y sosegado lugar reconocían, y aún más agradecían, cuando por allí transitaban.

Él también me dijo que no me olvidase de describir el aspecto estético que el puente llegó a poseer, pues no sólo se daban el agradecimiento y el reconocimiento, como ha quedado dicho, sino que además se daba el sentido práctico que la gente de aquella ciudadita había desarrollado. A esa conjunción casi natural que se daba entre las maderas y las rocas se sumaba lo decorativo. Resultaba de todo ello a eso que llamamos puente fuese un trayecto largo en lo físico, ya que tenía que atravesar esa manda de mar con su correspondiente elevación, pero corto en su paseo, tanto es así que jamás nadie pasó por aquel amplio, resistente, y casi obra prodigiosa, que nosotros hemos establecido en llamar puente, de forma que no llegase más descansado al final de la travesía que al principio. Y dando ese paseo fue como Ratiplín entró por primera vez en aquella ciudadita, a la que él dio categoría de ciudad, ya que con ello no molestaba absolutamente a nadie.

CONTINUARÁ…

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