ALGUNAS REFLEXIONES NO MUY LEJANAS IV


 
            Crispín, por su estatura, había ido conociendo las personas de debajo hacia arriba y en consecuencia también las personas le habían conocido a él de arriba abajo, o sea, que Crispín permanecía siempre observando debajo de los hombros de los demás y él, a su vez, sólo podría mirar con cierto dominio el ombligo de las personas. Y fue después de haber observado a todos los ombligos de la gente cuando llegó a la conclusión: sólo uno puede ser el centro de todo el universo, pero todos no: de esto último estaba completamente seguro y convencido, o sea, era consciente. Pero no crean que después de haber llegado a esta sutil conclusión Crispín cambió, no, no cambió en absoluto, sino que reforzó y reafirmó su personalidad, o sea, que le aporto más y más conocimientos de sí mismo.
 
            Entonces Crispín se encontró de pronto, perplejo ante tal descubrimiento; perplejo y contrariado a la vez, pues se había atrevido a hacer una afirmación, se aliviaba en que esta estuviese en el campo de la física, pero aún así no dejaba de ser una afirmación.
 
            Todo esto me lo iba diciendo Crispín con una finalidad, pero como de una parte, dicha finalidad, él la consideraba muy importante según me decía después, y de otra su profundo conocimiento de sí mismo. El decía que le perdonasen tal aseveración de sí mismo, pero que como era un enanito enseguida se llegada a los pies.
 
            Resulta que un día al comienzo del Otoño fue invitado a pasarlo con los hombres y mujeres del lugar, con todos, ya que estos no eran muchos, pues el lugar como he dicho era un pequeño pueblecito de Castilla.
 
Estos hombres y mujeres, la mayoría de ellos, había formado un hogar propio y casi todos habían logrado descendencia y como Crispín tenía tal predilección por los niños, y los niños por él, que fue por eso por lo que lo pasó tan bien. Pero ese día pasó algo extraordinario entre los niños, los papás de los niños y Crispín. Pues él vio en cierto momento, cuando todos juntos eran felices ese día recordando aquel otro día, mientras los padre se lo relataban a sus hijos, pues fue en ese momento cuando allí se produjo según Crispín una simbiosis, ya que los padres para poder relatar a sus hijos las vivencias que habían tenido con Crispín, no tenían más remedio que apelar a la inocencia de su propia niñez, y fue esta la causa, es decir, que allí todo eran niños incluido Crispín, y por tanto no existían ni inconsciencia, ni consciencia, sino solo el estado más lindo y confortado, y ese es para Crispín, el de la inocencia. Y así segundo a segundo fue pasando ese día en la creencia de que no había perdido ni uno solo.
 
            Pero llegó la noche. La noche era para Crispín más que un tiempo, un espacio, pues él, según me contó, la utilizaba como refugio, tanto es así, me decía, que a veces se entristecía sólo de saber que tenía que abandonarla, pero lo curioso era que no le ocurría a la inversa, es decir, al llegar la noche no le ocurría lo mismo, sino que cuando se daba cuenta estaba instalado en ella. Él decía que nuestra posición no daba para más.
 
            17.04.2024

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