La inconsciencia es para mí el estado permanente del hombre, es como si dijéramos su estado natural, y por lo tanto no existen para mí dos estados en el hombre, es decir no se está consciente o inconsciente, sino que como ya he dicho, pienso, y ahora explicaré o trataré de explicar, que sólo se está permanentemente en estado inconsciente. Este estado, en consecuencia es lo que hace que el hombre esté también permanentemente tratando de aprender cosas, es como si al comer se le abriera el apetito, pues cuanto más aprende el hombre, o más cosas conoce, más quiere conocer, y jamás se ha visto saciado de conocimiento, ni jamás se verá, me atrevo a afirmar, o lo que es lo mismo, el conocer en el hombre, es su necesidad vital.
Ahora lo que tratare es de ir viendo precisamente la diferencia que existe entre el conocimiento y el entendimiento: mientras que el conocimiento llega al hombre a través de sí mismo, debido a que como yo creo que el hombre es consustancialmente inconsciente. No ocurre así con el entendimiento, pues este nos llega a través, me atrevo a decir, de la inspiración. Y no voy a tratar de definir lo que es la inspiración, ya que mi definición es muy personal y por lo tanto no deseo entrar en el tema: hecha esta observación sólo decir que siento el mismo respeto cuando está en los demás, y verdadera ansia de que esté en mí mismo.
Por ejemplo, me gustaría poseer la inspiración necesaria para poder aclarar en este escrito todo aquello que fuese tan sumamente objetivo que sirviese para despertar nuestras conciencias, si es que este despertar ha de llegar algún día, o por el contrario estamos condenados a permanecer en ese estado y admitir que la inconsciencia es la sustancia propia de nosotros.
Entonces en la medida en que voy avanzando en este escrito, me voy planteando la dificultad que existe para poder expresar mi pretensión y esta dificultad tiene su explicación a mi modo de ver, en la definición y diferenciación entre entendimiento y conocimiento. Como sabía de lo mucho que pudiese parecer para algunos este galimatías, y para otros bastantes también un laberinto, y para no tantos una cómica pretensión intelectual, pues para estos últimos les aclaro y les recuerdo que solo se trata de una humilde pero sana pretensión, mi pretensión.
Bueno pues el camino que he elegido es a través de un personaje de ficción, como en otras épocas se podrían emplear el mártir, el justo o el héroe.
Esta persona vivía en una gran ciudad con varios millones más, pero esta gran muchedumbre sí existía, sí era de verdad, de carne y hueso. A este personaje lo vamos a describir un poco, y quizás a bautizar, pero esto último, ahora que recuerdo ya está hecho. Resulta de qué se trata de un hombre de bajo de estatura, lo que los niños llamarían un enanito; creo también que no tengo más remedio que llamarle por su nombre, ya que me voy a referir y a dirigir a él con cierta frecuencia.
Este Crispín había llegado a tal grado de conocimiento de sí mismo y de los demás, que se podría decir sin temor a equivocaciones que estaba posicionado de un fuerte grado de conciencia. ¿Y cómo había logrado tal privilegio? Pues es ahí donde está la clave. Yo voy a tratar de despejarla y en la medida contándoles lo que a mí me contó Crispín.