EL VIAJE A MADRID
¿Por qué decido venir a Madrid? Como ya saben éramos diez hermanos y el porvenir que nos esperaba en mi ciudad era “morrocotudo”. Mis hermanos, cuatro de ellos mayores que yo, las mujeres y tres más pequeñas. Mi hermano Eduardo que es el mayor de los varones ya estaba en Madrid. Esta fue la principal razón de elegir esta hermosa y encantadora Villa.
En principio fue un drama para mi madre, que su hijo Nicolás con quince años cumplidos se marchara de casa. Cierto que lo que voy a decir parecerá una broma, pero no nos despedimos.
El viaje en sí lo recuerdo como un sueño, primero Sevilla y después cambiar de tren para Madrid. Recuerdo eso sí que ya en el de Madrid coincidí con dos chicas de unos veinte años y una de ellas no era la primera vez que venía a la Villa. Esto me tranquilizó un poco, después nunca volví a verlas. Pido a Dios que les haya ido bonito en la vida.
El recibimiento de mi querido hermano en la estación de Atocha (la antigua) creo que me dio un beso y lo primero que me dijo fue lo siguiente: bueno, estarás aquí una semana y te vuelves a casa, porque menudo disgusto tiene mamá. Hace cincuenta y cinco años que vivo en la Villa y estoy contento.
Entonces viendo que yo no cedía a sus órdenes, me propuso que trabajara con él en un taller de electricidad del automóvil, ganando cuatrocientas pesetas al mes. Pues menudo cambio, yo ya en mi pueblo ganaba más de esa cantidad.
¿Recuerdan a Miguel del bar La Teja y del bar nuevo? Pues él me había dado una dirección de la cervecería de Cuatro Caminos donde caprichosamente trabajó. Me dirigí a la misma y quede contratado ese mismo día ganando 1.200 pesetas más unas seiscientas de propinas, o sea que empecé a trabajar ganado más que él, siendo algo más de tres años mayor que yo y llevando dos años en Madrid – Paradojas de la vida.
Lo que no le deseo a nadie es el primer mes que pasé en Madrid. Mi hermano vivía en casa de unos parientes que tenían un pisito de aquellos que hizo Franco a través de la obra sindical y que estaba ubicado en la colonia de San Fermín y allí viví yo el interminable mes de junio de 1959. Desde Cuatro Caminos a Legazpi que era donde salía la camioneta a San Fermín era una auténtica odisea, entre lo que tardaba el metro que cogía si no el último el antepenúltimo, pues la cervecería cerraba a las doce de la noche y mientras recogía y tomaba un bocadillo te daban casi la una, o sea que tenía que espabilar para no coger el último metro que como saben es a la una y media -esto no se ha modificado- Lo importante era llegar a Legazpi antes de las dos, porque la próxima y última camioneta salía a las tres de la madrugada.
Con el pisito ya descrito te esperaba un colchón en el suelo y la cara de los parientes no muy divertida que digamos.
Cuando llegó el treinta de junio yo hice la pequeña maleta con mis pocas pertenencias y cogí la camioneta de vuelta hasta Legazpi, recuerdo que sólo me quedaba justo el dinero para el billete de la camioneta, es decir que no me quedaba ni un una sola peseta.