«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» UNDECIMA ENTREGA DEL CAPITULO 1

Mi tía Rosarito.

         Trabajaba de cocinera en casa de unos señores llamados Fernández. Vivían en la calle San Pedro, una hermosa calle donde las haya.

         Recuerdo las famosas croquetas que hacía en casa de esos señores y que nos traía en una tartera de aluminio cuando venía a casa un día a la semana a ver a su madre y a toda la familia. Qué ricas estaban aquellas croquetas, nunca se me ha olvidado su sabor. Más tarde, cuando vinieron a Madrid se encargó de la cocina, pues era una gran cocinera. Más adelante contaré algo más de ella.

Mi tía Rafaela.

         Ya he relatado algo sobre ella: era la que se ocupaba del despacho de pan situada en otra barriada del pueblo. Era delicada e “inocente”. Quiero contar una anécdota que la define. Estaba convencida que en nuestra casa se escondía un tesoro y de vez en cuando se levantaba por la mañana prediciendo en qué lugar se encontraba. E insistía hasta que alguno de mis tíos rompía el suelo o la correspondiente pared para ver si ahí estaba el tesoro soñado. Si existía, nunca lo encontraron. Lo que sí recuerdo es que era muy cariñosa con todos sus sobrinos.

La tía Angelita.

         Nació con síndrome de Down y en consecuencia nunca salía de casa, costumbre en esa época. Estaba muy protegida por todas sus hermanas y sobre todo por su madre. En casa se desenvolvía de maravilla, nunca paraba de hacer cosas y además también mandaba a sus hermanas que las hicieran. Me mecía a mí y a todos mis hermanos, arrullándonos y cantándonos villancicos en Navidad. Murió en Madrid, ya mayor, en la calle San Bernardo- Todas sus hermanas y sobrinos lo sentimos de corazón pues fue una persona muy especial para todos nosotros.

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