«MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO» PRIMERA ENTREGA DEL CAPÍTULO 2

Cuando tenía pocos años empecé, como era lógico, de parvulito. Ya he hablado algo de esto, fue mi mejor etapa y cuando más aprendí aunque parezca paradójico, pero es muy cierto.

De este nivel pasé directamente a un grado que no me correspondía por mi edad. ¿Cómo pudo der? Yo era hijo de Eduardo Cardeñosa, íntimo amigo de D. Servando. Y como entonces no había las formalidades que hay ahora, pues pasé directamente de párvulo a tercero del sistema de entonces.

Ese fue mi primer contacto con la escuela sólo para chicos. Todo el grupo escolar estaba en la calle Hornillo, que iba de la carrera hasta la calle Sevilla, que era donde estaba el grupo de las chicas. Una vez establecido en la clase de D. Servando ocurrió lo siguiente: este señor vivía debajo de la propia clase o sea que bajando una larga escalera se llegaba a su casa directamente. Él subía de la misma todas las mañanas para impartir enseñanza a todos los alumnos -yo incluido, pues hacía unos días que me había incorporado. Ese día, como todos, subió las escaleras y como mi pupitre era el último oí la pelea que había tenido con su mujer. ¡Vaya! Qué subió calentito. D. Servando tenía fama de ser riguroso, violento a tope y no digo nada cuando daban las circunstancias expuestas. Total que “me tocó la china”. La verdad que no puedo acordarme de qué me preguntó, lo que sí me acuerdo es que me puso la cara de “aplausos” de las bofetadas que me dio. ¿Cuál fue mi reacción ante aquella injusta y violenta actitud? Fue la siguiente: mientras él caminaba por el pasillo central entre los pupitres cogí mis cosas y el tintero que había encima, lo estrellé con el babero que tenía puesto y además me cagué en todos sus muertos -de este último párrafo hoy me arrepiento-. Como tenía la escalera tan a mano baje de tres en tres y desaparecí en un suspiro. Hasta que se calmaran las cosas no fui a mi casa sino a mi refugio: un tejado al que sólo podía subir algún amigo.

Don Servando tenía una familia con no recuerdo cuántos hijos. Se de Víctor, el mayor, los gemelos y una chica, pero no recuerdo más. Su esposa parecía una mujer muy agradable con la que apenas traté.
 
Por aquel entonces había una frase -por lo menos allí- que decía: “pasa más hambre que un maestro de escuela”. A mi entender, aunque la frasecita tuviera algo de verdad, no podía comprenderla porque había otras familias que pasaban muchísima más, por ejemplo, la mía. Pero los mitos son eso, mitos. Qué más puedo decir de D. Servando… Pues se me ocurren muchas más cosas pero sólo me voy a referir lo que él dijo de mí una vez que estaba ya en Madrid con toda su familia y nos reunimos con él, mi padre, mi tío Juan y algún otro paisano. Esto sucedió en la Casa de Málaga, situada en una de las plantas de un edificio en la Puerta del Sol de Madrid. Allí contó, estando yo presente en la reunión, pues ya mi edad me lo permitía, la anécdota o vivencia de lo del tintero y todo lo demás. Le pedí humildemente perdón, pero no por el tinterazo, no, ya que quedó en tablas por las bofeteadas que me dio. En honor a la verdad tengo que decir que las horas que duró la reunión las pasamos francamente bien pues no faltaron medias botellas de fino gaditano y buen “pescaíto” frito y esto ayuda mucho a la buena armonía, sobre todo entre andaluces. Después vi muy poco a D. Servando, ya que él vivía muy distante de nuestro domicilio. Aunque con mi padre se veía con cierta frecuencia pues no en balde fueron íntimos amigos durante toda la vida. Con su hijo mayor, Víctor, me vi alguna que otra vez.

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